Si bien la medicina ha aumentado la esperanza de vida, a medida que esta avanza también aumentan las enfermedades crónicas y discapacidades que precisan de ayuda y cuidados.
En las situaciones de dependencia, cuando hay sufrimiento o se acerca la muerte, es cuando más claramente se entrelazan los problemas médicos con los sociales, económicos, familiares o afectivos. El cuidado implica dar respuestas adecuadas y exige conocer y poner a disposición de las personas mayores y sus familiares, los servicios asistenciales y sociales que les puedan ayudar a enfrentarse a la diversidad de problemas que se les plantean.
Los profesionales que se dedican a ayudar no pueden conformarse con no ser negligentes, tienen la obligación moral de ser diligentes y tender a la excelencia, una aspiración que habrá de cultivarse en la relación que establezcamos con la persona mayor y en la habilidad para dar soluciones a sus problemas cotidianos.
La excelencia en la asistencia a los mayores se da en cosas tan sencillas como en escucharlos, llamarles como les gusta ser llamados, comunicarse con ellos, sentarse cerca, tomar sus manos si lo desean, vestirlos dignamente, cerrar una cortina para respetar su intimidad, etc., en definitiva, considerarlos y tratarlos como personas, transmitiendo humanidad y humanizando la asistencia.
Muchas son las cosas que hay que mejorar en la asistencia de la salud, pero en lo referente a los profesionales, quizás lo más importante, y lo más difícil, sea intentar cambiar ciertas actitudes y hábitos que, amparados unas veces en la organización de las
instituciones en que trabajan y otras en el corporativismo o en el “siempre se ha hecho así”, se siguen manteniendo.
El respeto a la intimidad, ya lo hemos visto, es una de las mayores preocupaciones de las personas mayores.
Sin embargo, se sigue aceptando como “normal” que en hospitales y centros de salud en general, se les pongan camisones que solo cubren la parte delantera de su cuerpo, se los lave o hagan sus necesidades sin cerrar una puerta o entrando y saliendo gente de la habitación, etc. Excusarse en las trabas organizativas, la escasez de personal o las urgencias, no facilita el cambio de hábitos. Se debe hacer una autocrítica profunda y valorar que se está ante personas dependientes que sufren por el hecho de tener que ser lavadas o vestidas por otros y que no han renunciado a su derecho a la intimidad, sino que lo ejercitan permitiendo que se acceda a ella porque confían en nosotros y esperan que seamos sensibles y la respetemos.
El paternalismo mantiene toda su vigencia en la relación de los profesionales con las personas mayores y esto no sólo dificulta la promoción de su autonomía sino que favorece su infantilización. No negamos que la autonomía de los mayores dependientes puede verse razonablemente limitada al tener que adaptarse a los proyectos de vida de los familiares que los cuidan, pero esto no justifica que se les informe de procedimientos, tratamientos o ingresos, cuando unos y otros han tomado ya decisiones por ellos. Quizás esta actitud tenga que ver con que frecuentemente confundimos su incapacidad para realizar las actividades de la vida diaria con la incapacidad para tomar decisiones.
La planificación anticipada de la atención al final de la vida debe incorporarse como una actividad más de los profesionales en los centros de salud .Además de promover la autonomía moral del paciente y aumentar su sensación de control, se estará mejorando el proceso de toma de decisiones y disminuyendo la incertidumbre, que tantas veces afecta al personal cuando se desconoce qué hubiera deseado la persona mayor en su final.
La discriminación de las personas por razones de edad sigue siendo un hecho habitual en nuestra sociedad que se refleja en ciertas actitudes que mantienen algunos profesionales, como por ejemplo: excluirlos de las conversaciones, tratarlos en forma impersonal o como a niños, dirigirse a ellos con términos como “cariño”, “abuelo”, “nono”, “padre” etc., obligarlos a realizar determinadas actividades a las horas que se les impone o imponerles morir en soledad detrás de un biombo, y aunque no se reconozca, otros limitan el acceso de las personas mayores a determinados procedimientos diagnósticos o terapéuticos, que incluso han mostrado más eficacia en este grupo, sin más explicación que la del para qué, si se está ante una persona de edad avanzada.
Del respeto
Según la Real Academia de la Lengua, respeto es la “Consideración sobre la excelencia de alguna persona o cosa. Miramiento, atención, deferencia. Del Latín respectus, atención, consideración, veneración”.
Aspectos del respeto
El respeto es una respuesta ganada que conlleva admiración, amor, motivación, obediencia, reconocimiento hacia esa persona.
El respeto se ofrece porque la persona ser respetada se ha ganado la confianza, se ha ganado la autoridad que representa.
El respeto es una reacción natural que emerge de los sentimientos como recompensa del logro o beneficio aportado.
El respeto hacia las personas mayores no es sólo una obligación moral para todas las personas, sino que también puede darles una satisfactoria recompensa. Así Carl Rogers (psicólogo estadounidense, quien junto a Abraham Maslow fundó el enfoquehumanista en psicología), escribió:“Aprender, especialmente de la experiencia, ha sido el elemento principal que ha hecho que mi vida valga la pena. Aprender de ese modo ayuda a desarrollarse”.
En todas las sociedades era una actitud lógica y natural el respeto hacia los mayores en general y en las religiones se enfatiza el respeto a los padres y mayores, como uno de los pilares fundamentales del comportamiento exigido a sus fieles.
Más allá del justificativo religioso de este respeto, se debe tener en cuenta que esta actitud es universal y tan antigua como las primeras sociedades estables conocidas y aún hoy se observa en pequeñas comunidades agrícolas tradicionales, dónde las decisiones son tomadas por grupos de ancianos, o por dirigentes que se apoyan en el consejo de esos ancianos. Incluso cuando dentro de las sociedades se formaban clases sociales, en cada clase las decisiones eran tomadas por los ancianos o siguiendo el consejo de ellos
Sin embargo, hoy en día el tema es muy diferente, ya que los ancianos no sólo no son consultados en las decisiones, sino que son ignorados o sencillamente apartados como si molestasen. Únicamente en el caso de los propios abuelos, y no siempre, se los tolera dentro de la familia, mas por afecto que por creerlos capa¬ces de aportar ideas importantes.
El origen del conocimiento muestra en parte las razones del cambio social. En las sociedades tradicionales agrícolas (como fueron todas las sociedades hasta la Edad Media) la única fuente de conocimientos para la inmensa mayoría de la gente era la
experiencia; las decisiones sobre temas vitales para la supervivencia tales como cuándo sembrar, cuándo cosechar, cómo tratar a los animales y a las personas enfermas, se basaban en las experiencias de años anteriores; cuando se presentaba una situación no habitual (guerras, pestes, plagas, etc.) era más probable obtener consejo acertado de quien ya tenía más años, ya que había más posibilidades de que hubieran visto algo similar en el pasado.
Más tarde el conocimiento fue incrementándose en cantidad y diversidad, y los que se dedicaron a estudiar como los científicos, fueron siendo más eficaces para lograr resultados que quienes sólo tenían experiencia. Estos últimos, poseedores del llamado conocimiento vulgar, fueron quedando relegados a cuestiones domésticas o secundarias, despreciadas por los científicos.
Sin embargo el problema no fue demasiado grave hasta el siglo XX , ya que la mayoría de las decisiones involucraban tratos personales, en los que una persona experimentada era todavía muy valo¬rada.
En los últimos años la toma de decisiones se ha complicado tanto debido a los múltiples factores y datos a tener en cuenta que, salvo raras excepciones, a los ancianos les cuesta seguir el ritmo que se impone y las empresas comenzaron a buscar personas de mediana edad para reemplazarlos. Si a esto le sumamos que la informática invadió nuestras vidas en forma tan profunda y cambiante, se observa que los jóvenes de hoy manejan con naturalidad conocimientos y programas que a sus mayores les resultan muy dificultosos. Este proceso llevó a una progresiva desvalorización de los mayores ante los ojos de los jóvenes.
La habilidad para aprender rápido un programa de computación se confunde con la capacidad para la visión global y en profundidad de los problemas y rumbos a seguir tanto en los ámbitos familiares, como en los empresarios y los políticos. “…El día que se corte la luz los jóvenes van a tener problemas para trabajar, en cambio los mayores simplemente continuarán haciéndolo a la luz de una vela…”
El valor de las personas no se reduce a cuanto saben respecto del manejo de nuevas tecnologías o programas de computación.La vida, entendida como la interacción del ser humano con otras personas y con el mundo que lo rodea, se transforma en experiencia y en este terreno, tenemos que recurrir a los mayores para aprender, necesidad tanto o más prioritaria como lo fue en otras épocas y erróneamente descalificada en los últimos años.
Nuestro mundo no es tan distinto al de nuestros abuelos, algunas cosas han cambiado (la moda, la tecnología, los servicios), pero las características de la condición humana, los sentimientos, los miedos y las dudas que enfrentamos son, en el fondo, las mismos que ya han enfrentado y superado nuestros mayores. (Basado en R.Longinotti)
LA ONU Y LA IGLESIA CATÓLICA FRENTE A LA PROBLEMÁTICA
En 1999, declarado el Año Internacional de las Personas de Edad, Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas expresó que se trataba de promover «una sociedad que, lejos de caricaturizar a los ancianos como enfermos y pensionistas, los considere por el contrario, agentes y beneficiarios del desarrollo».
La Iglesia se ha adhirió plenamente a esta iniciativa y, a través del Consejo Pontificio para los Laicos, hizo público un documento para dar una dimensión evangélica a la celebración. En este documento se afirma que las personas mayores tienen mucho que decir y pueden dar mucho a la vida de la sociedad. El Consejo Pontificio afirma que la tercera edad constituye la memoria de la comunidad y que posee una visión completa de la vida gracias a la experiencia.
Juan Pablo II hizo redactar un documento, que lleva por título “La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo” en el que se plantean los desafíos de la “revolución silenciosa”:… «El alargamiento de la duración media de la vida, por un lado, y el descenso a veces dramático de la natalidad, por otro, han originado una transición demográfica sin precedentes, que ha dado literalmente la vuelta a la pirámide de la edad que se presentaba no hace más de cincuenta años: el número de los ancianos en crecimiento constante, mientras que disminuye el de los jóvenes».
“Esta especie de “revolución silenciosa”, que va mucho más allá de los datos demográficos plantea un problema de orden social, económico, psicológico y cultural, cuya amplitud es desde hace tiempo objetivo de atención de la comunidad internacional».
Los maestros de la vida:
La propuesta que realizó la Santa Sede ante este fenómeno, cada vez más evidente en la sociedad occidental, es clara: «Recordando el respeto de la dignidad humana y de los derechos fundamentales de la persona anciana, así como la convicción de que los ancianos todavía tienen mucho que decir y pueden dar mucho a la vida de la sociedad,
desea que la cuestión sea afrontada por parte de todos: personas individuales, familias, asociaciones, gobiernos y organizaciones internacionales, según las competencias de cada uno, y en conformidad con el principio importantísimo de la subsidiariedad».
El texto rebosa cariño por las personas que llegan al ocaso de la vida. De hecho, se dirige particularmente a la, así llamada, cuarta edad. Su objetivo es el de ayudar a la sociedad a comprender «el secreto de la juventud del espíritu, que se puede cultivar a pesar del paso de los años».
«Corregir la actual representación negativa de la vejez es un compromiso cultural y educativo que debe involucrar a todas las generaciones».
“Los ancianos tienen mucho que enseñar a la sociedad. Del anciano se puede aprender la memoria. Las generaciones más jóvenes van perdiendo el sentido de la historia y con él, el de la propia identidad. Una sociedad que ignora el pasado corre el riesgo de cometer con facilidad los mismos errores”.
Visión completa de la vida:
«Nuestra vida está dominada por la prisa, la agitación y a veces por la neurosis. Es una vida distraída, que se olvida de los interrogantes fundamentales sobre la vocación, la dignidad, el destino del hombre. La tercera edad es también la edad de la sencillez, de la contemplación. Los valores afectivos, morales y religiosos vividos por los ancianos son un recurso indispensable para el equilibrio de la sociedad, de las familias, de las personas… El anciano entiende muy bien la superioridad del ser sobre el hacer o el tener. En definitiva, las sociedades humanas serán mejores en la medida en que sabrán beneficiarse de los carismas de la vejez.
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