Cuando cae la noche y el silencio lo cubre todo, comienza una batalla invisible para muchos adultos mayores: el insomnio. Pero no se trata solamente de no poder dormir por causas físicas o médicas. Es un insomnio más profundo, más emocional. Un desvelo que no se combate con pastillas, sino con palabras no dichas, con ausencias, con imágenes que vuelven del pasado como si aún estuvieran aquí.

Durante el día, las rutinas, la televisión, las visitas ocasionales o las pequeñas tareas sirven como distracción. Pero en la quietud de la noche, cuando las luces se apagan y la casa se hunde en su propia memoria, los pensamientos se hacen presentes sin pedir permiso. Recuerdos de personas que ya no están, decisiones que se hubieran querido tomar de otra manera, momentos felices que duelen porque no volverán. La mente se convierte en un álbum que pasa página tras página, sin descanso.

Este insomnio emocional no siempre se reconoce. Se esconde detrás de frases como “no tengo sueño”, “duermo mal últimamente” o “me levanté a pensar”. Y es que para muchos adultos mayores, reconocer que la tristeza o la nostalgia les roba el sueño es admitir una vulnerabilidad que prefieren callar.

Es importante entender que este tipo de insomnio no es solo un síntoma, sino un lenguaje. Es el cuerpo diciendo que algo no está en paz. Y aunque no siempre se puede resolver el pasado, sí se puede acompañar el presente. Escuchar sin apurar, permitir que el adulto mayor hable de lo que recuerda, sin corregirlo ni minimizarlo, puede ser una forma de alivio.

También se puede ofrecer espacios de expresión, como la escritura, la música o simplemente una conversación sin prisa. Porque dormir no es solo cerrar los ojos; es poder cerrar el día con tranquilidad. Y en muchos casos, solo hace falta que alguien diga: “te escucho” para que el alma, al fin, descanse.

Porque no hay pastilla más efectiva que el consuelo de saberse comprendido.

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