Durante años, muchos han creído que la bondad consiste en decir siempre “sí”. Que complacer, ceder o asumir más de lo que se puede es una muestra de generosidad. Sin embargo, con la madurez llega una comprensión más profunda: aprender a decir “no” cuando es necesario no es un acto de egoísmo, sino una manifestación auténtica de amor propio.

Decir “no” es reconocer los propios límites, respetar el tiempo personal, cuidar de la propia salud emocional y física. Es entender que no podemos, ni debemos, cargar con todo, ni resolver la vida de los demás a costa de la nuestra. Es, en definitiva, priorizar el bienestar interior, sabiendo que solo cuando uno está bien puede dar lo mejor de sí a los otros.

Para los adultos mayores, que tantas veces han vivido entregados a sus familias, sus trabajos y sus comunidades, aprender a decir “no” es una lección liberadora. Es permitirse descansar cuando el cuerpo lo necesita, poner límites sanos a las exigencias ajenas, y elegir en qué proyectos o relaciones desean invertir su tiempo y energía.

Decir “no” también enseña a los demás a respetar nuestra persona. Deja claro que nuestros deseos, necesidades y sentimientos son tan valiosos como los de cualquier otro. Lejos de ser un acto de rechazo, un “no” a tiempo puede fortalecer vínculos, porque establece relaciones más honestas, basadas en la sinceridad y el respeto mutuo.

La vida es demasiado breve para gastarla complaciendo a todos menos a uno mismo. Aprender a decir “no”, sin culpa y sin agresividad, es un paso esencial hacia una vida más plena, libre y auténtica. Es, en el fondo, un acto profundo de amor: amor a uno mismo y amor a los demás, al ofrecerles la verdad en lugar de una conformidad fingida.

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