La creatividad no es un don exclusivo de la juventud ni una habilidad reservada para artistas. Es una chispa que habita en todos nosotros, una manera de mirar el mundo con curiosidad, de reinventar lo cotidiano, de expresar lo que sentimos y de encontrar nuevas formas de vivir. Y en la adultez mayor, lejos de apagarse, puede fortalecerse si se le da espacio.

Con el paso de los años, muchas personas descubren que tienen más tiempo, más paciencia y más experiencia para crear. Ya no están presionadas por el ritmo frenético de la vida laboral ni por las expectativas ajenas. En cambio, pueden permitirse escribir sus memorias, cultivar un jardín, probar con la pintura, aprender a tocar un instrumento, cocinar con nuevas recetas o incluso inventar juegos con los nietos. Cada una de esas actividades es un acto creativo.

La clave está en no cerrarse. En atreverse a explorar, aunque sea por primera vez, algo que siempre se quiso hacer. No importa el resultado ni la técnica, lo que vale es el gozo de expresarse. La creatividad en esta etapa no busca reconocimiento: busca conexión. Con uno mismo, con los recuerdos, con los otros.

Y es que crear es también un modo de sanar. De reencontrarse con partes olvidadas, de contar la propia historia, de resistir al olvido. Un adulto mayor que sigue creando está más vivo, más presente, más despierto. Porque mientras haya imaginación, hay vida que se renueva.

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