El paso del tiempo deja marcas en los vínculos. Algunas relaciones que fueron cercanas se quebraron con palabras hirientes, decisiones mal comprendidas o silencios prolongados. Y aunque los años pasen, esas heridas pueden seguir presentes, latiendo en lo profundo. Sanarlas no siempre requiere volver atrás, pero sí mirarlas desde otro lugar: desde la compasión.

La compasión no es justificar lo que dolió, ni borrar lo que ocurrió. Es comprender que todos, en algún momento, actuamos desde la carencia, desde el miedo, desde lo que sabíamos en ese entonces. Sanar una relación rota no significa necesariamente restablecer el contacto, sino liberarse del resentimiento que ata y desgasta. A veces el perdón se da en silencio, en el corazón, como un acto de madurez y liberación personal.

En la adultez mayor, cuando las prioridades cambian y el tiempo se vuelve más valioso, sanar vínculos no resueltos puede traer una paz difícil de alcanzar por otros medios. Reconocer el dolor, aceptar la historia compartida, agradecer lo que fue bueno y soltar lo que hizo daño, es una forma profunda de cuidarse a uno mismo.

Sanar desde la compasión no reescribe el pasado, pero transforma el presente. Nos devuelve dignidad, serenidad y ligereza. Porque cuando dejamos de cargar con lo que no supimos resolver, nos abrimos a vivir el hoy con un corazón más limpio y en paz.

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