La depresión es una característica normal del proceso de envejecimiento. Aunque es cierto que muchos ancianos presentan depresión en mayor o menor grado, no debería ser considerado un hecho común.
A pesar de que existen síntomas físicos (problemas con el sueño, el apetito, etc.), así como psicológicos (tristeza, baja autoestima, etc.), el no reconocimiento de la enfermedad provoca que solo a una minoría de personas de esta edad se les presta una atención psicológica adecuada.
Algunos síntomas de la depresión que es importante detectar son:
Sentimiento de tristeza, vacío o desánimo de mayor intensidad que la tristeza normal y con manifestación durante la mayor parte del día
Estado ansioso y/o de preocupación excesiva
Baja confianza en uno mismo, sentimiento de inutilidad y de ser una carga para el resto de las personas de su entorno
Pérdida o aumento de apetito
Dificultad para conciliar o mantener el sueño, así como despertarse muy temprano o tener sueño excesivo
Dificultad para relajarse o desconectar
Problemas en la concentración
Dificultad para tomar decisiones
Pensamiento o ideas suicidas en los casos de depresión grave
Irritabilidad, mal humor
Falta de deseo de estar con gente, aislamiento
Insatisfacción y pérdida de placer por las cosas cotidianas de la vida, poca capacidad para el disfrute
Sensación de cansancio, fatiga o poca motivación para realizar cualquier tipo de actividad que antes le motivaba
Pensamientos negativos recurrentes
Síntomas físicos persistentes que no responden al tratamiento (problemas digestivos, dolor de cabeza, etc.)
Sentimientos de culpa, pérdida de esperanza
Si la familia o amigos perciben algunos síntomas es importante tratarlos a tiempo, por ello es fundamental la asesoría de profesionales.
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