Cuidarse no es un acto egoísta ni un lujo para quien tiene tiempo. Es una forma profunda de respeto hacia uno mismo, especialmente en la adultez mayor, cuando el cuerpo y el ánimo requieren otra atención, otro ritmo, otra manera de escuchar. Ya no se trata de hacer más, sino de hacer lo que verdaderamente nutre.

Respetar el propio ritmo es aprender a detenerse sin culpa. Es aceptar que no se tiene la misma energía de antes, y que eso no disminuye el valor personal. Levantarse más despacio, caminar sin prisa, decir “hoy no puedo” sin sentir que se falla. Es entender que cada cuerpo tiene su lenguaje, y que forzarlo es una forma de violencia silenciosa.

El cuidado propio va más allá de tomar medicinas o cumplir citas médicas. Tiene que ver con elegir con qué se alimenta el alma, qué se permite y qué se deja fuera. Es cuidar los pensamientos, proteger el descanso, rodearse de personas que suman. Es poner límites sin tener que dar explicaciones.

Y en ese acto cotidiano de escucharse con respeto, el adulto mayor recupera su dignidad. Porque no hay mayor fortaleza que honrarse a sí mismo sin exigencias absurdas, ni mayor sabiduría que caminar al paso del propio bienestar.

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