En las sociedades occidentales la vida se orienta a tener o hacer más que a ser o estar, a la eficiencia más que al esfuerzo, a lo material frente lo espiritual, a la belleza versus la fealdad, y a los resultados en vez del proceso; prima la inmediatez, la rapidez, en vez de la serenidad o la reflexión; también se favorece el consumo y el despilfarro frente a la parquedad o la moderación, y en todos estos ítems los ancianos salen mal parados. Se ha dicho que todos esperamos llegar a viejos, pero nos da miedo la vejez.

Al anciano se le pueden adscribir rasgos como: experiencia, sabiduría, responsabilidad, reflexión o disponibilidad tanto de tiempo como de posibilidades, también paciencia y generosidad; de hecho nos abrió el camino, le debemos mucho de lo que tenemos y nos lo dio todo. En occidente en se devalúa al viejo, los partidos políticos le excluyen y en ese trabajo la sabiduría es clave. Muchas personas completaron su obra y fueron famosos siendo viejos.

La senectud es fase de equilibrio, de serenidad, de satisfacción por el pasado, por lo hecho y vivido; es época de asentarse. De hecho cuando eres joven aprendes y cuando eres viejo entiendes, o:  los jóvenes conocen las reglas y los ancianos las excepciones. La realidad es que la fugacidad del tiempo te enseña.

Podemos decir que no existe el envejecimiento, que todo es un continuo; en la vida agrupamos fases, pero son arbitrarias. Consideramos viejo a quien carece de proyectos, y eso hay quien lo es desde joven y otros a los cien viven ilusionados; importa pensar sobre quién eres especialmente cuando no estás trabajando, cuando solo, ves lo que eres: y sobre el sentido que quieres dar a tu vida. Importa ser valioso para los que te rodean. Pasamos demasiado tiempo para preparar el futuro, lo que a veces impide disfrutar el presente. Conviene vivir la vida como viene, hay que afrontar bien los cambios y no obcecarnos en que sea como queremos, y saber que a veces el éxito es irreal si se consigue a costa de la calidad de la vida y que, con frecuencia, nos empeñamos en tener razón en vez de ser felices. Hay que saber que todo es recíproco: como tratas o ves a los demás te ven a ti y así te tratarán. En la vida hay grandes limitaciones, fundamentalmente la ignorancia y la inacción. Debemos aprender que no podemos cambiar a los demás, solo podemos cambiar a nosotros mismos y a través de ello a veces conseguimos que también los demás cambien. Hay que saber que lo que envejece bien tiene mucha calidad; la madera vieja es la mejor para quemar, el vino viejo es el mejor para beber, los viejos amigos son los mejores y cuando hay que disfrutar, los autores antiguos son de los mejores para leer.

Picasso decía ser un buen anciano exige mucho tiempo de aprendizaje. Los ancianos constituyen la mayor y la más minusvalorada la reserva de energía humana aún por explotar; entonces aprendes que te basta con lo que tienes y tu vida se enriquece. Al envejecer decrece la visión física, pero se agudiza la visión espiritual, es decir la capacidad de penetrar en el significado interior de las cosas. Envejecer es una obra maestra de la sabiduría y uno de los componentes más difíciles del gran arte de vivir. En la vida importa tanto lo que pasa como la forma en cómo lo valoramos; es clave permanecer psicológicamente activo. La edad te lleva un punto en que no existe otro lugar donde acudir en busca de consuelo que al interior de uno mismo y apreciar la riqueza de las cosas que realmente cuentan, entonces aprendes que el único que puede salvarte de ti eres tú mismo, y puedes concentrar la atención en los mejores ideales: asumir el rol de pensador, filósofo, polemista, interrogador; se aprende entonces que la fuerza no es la manera mejor de ganar seguridad, que el dinero no siempre resuelve los problemas y que la corrupción socava los cimientos de la sociedad. También se cuestiona uno si todo lo que puede hacerse debe hacerse. La vejez es un filón de verdades aprendidas con esfuerzo.

Los ancianos tienen barreras o mejor dificultades o limitaciones; ello les debe llevar a ser humildes, a tener paciencia, ser perseverantes y tenaces y hacer que los demás se involucren, pero esas limitaciones no son excusa para ser una gran persona, en un mundo que necesita de verdades, coraje; el mayor problema del anciano es no sucumbir a ellas.

Importa mantenerse física, psíquica y socialmente activos; la edad disminuye el tamaño del cerebro y le hace discretamente disfuncional, pero el espíritu no envejece. Los sueños nunca deben morir, nunca es tarde para realizarlos. Cuando envejecemos la vida se abre para pensar de forma diferente. Importa que conservemos la capacidad de comenzar de nuevo; si ancianos no creemos que mañana seremos mejores ¿cómo queremos que lo piensen los jóvenes? La vida nos hace crecer y al cambiar desaparecen cosas, a veces queridas, pero hay que negarse a cerrarse en el pasado.

 

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