Con el Siglo XXI se han consolidado una serie de cambios en las sociedades, en cuanto a las relaciones sociales y las relaciones familiares. Por otro lado, el fenómeno del envejecimiento del envejecimiento ha producido una baja en la tasa de mortalidad, con su consecuente aumento en la esperanza de vida, no siempre acompañado este fenómeno con un aumento en la calidad.

Las sociedades en general perciben a la vejez como una etapa difícil, asociada a pérdidas de todo tipo, especialmente de algunas capacidades vitales, habilidades y oportunidades. Suele asociarse la vejez a enfermedad cuando en la mayoría de los casos, solo se verifica un declive lógico y esperable, que no implica deterioro, enfermedad o discapacidad.

También lo cultural en las sociedades varía. En oriente, el adulto mayor posee un status que difiere al que presentan los ancianos en la mayoría de las sociedades occidentales. El sistema capitalista ha contribuido de manera decisiva a consolidar en el imaginario social, que el adulto mayor jubilado es improductivo, porque pone el foco en lo económico, de manera tal que suele visualizarse a este segmento poblacional como una carga a sostener por el resto de la población.

Esta realidad junto a recortes en políticas públicas y sociales, han llevado muchas veces a que, sean los adultos mayores, un segmento poblacional objeto de condiciones de vulnerabilidad, abandono y maltrato.

Por otra parte, estos adultos mayores, otrora jóvenes y personas de mediana edad, que habían “comprado” de alguna forma esta representación social pobre de la vejez, se encuentran hoy, en una situación de resignación pasiva, frente el fenómeno que podríamos calificar como “autoprofecía cumplida”.

Sin embargo, es mucho lo que nuestros adultos mayores pueden contribuir a nuestras sociedades.

En primer lugar, y a pesar de lo ya sostenido respecto a los cambios que se han producido en los contextos familiares dónde el adulto mayor no ocupa hoy un lugar relevante, sigue siendo en muchos casos una pieza clave a la hora de procurar la cohesión de los vínculos intrafamiliares.

Los adultos mayores poseen un capital inestimable que es la experiencia, el conocimiento adquirido durante años de vida, cuya palabra, debiera ser tenida en cuenta con mayor énfasis e importancia.

La palabra, el pensamiento, la reflexión del adulto mayor, puede aportar al sistema de competencias del capitalismo, ese sesgo de gratuidad que equilibra y repara. Sus acciones como trasmisor de valores culturales, su trabajo en tareas de voluntariado, sus entusiasmos por trasmitir un legado a las generaciones que lo anteceden, son aportes de un valor incalculable y extremadamente beneficioso para una sociedad que debe ser educada y reeducada en la construcción de una nueva representación social de la vejez.

En los casos en que los adultos mayores asumen el rol de abuelos y además, participan de la crianza de lo niños frente a padres que, deben trabajar largas horas diarias, aportan muchas veces esa contención afectiva que se hace carencia frente a las ausencias paternas, ya sean reales o fantaseadas.

Otros, participan de programas dónde las relaciones intergeneracionales, son fuente de trasmisión de valores culturales, tradiciones, principios éticos y morales que, toda sociedad necesita consolidar para evitar los conflictos y desmadres.

Es así que muchos adultos mayores aportan a la identidad social, familiar, generando beneficios para la sociedad en su conjunto y reemplazando en muchos casos, carencias y fallas propias de una sociedad que privilegia valores erráticos e improductivos en lo que respecta a la condición humana.

La educación para la vejez es fundamental a la hora de desterrar los prejuicios y los viejismos de nuestras sociedades. Repensar conceptos como el de utilidad y productividad, resulta vital en la construcción de nuevas sociedades más inclusivas, dónde la sociabilidad sea un valor intrínseco que demande el compromiso de todos y todas, a favor de nosotros mismos. Porque la vejez es una condición a la cual, en el mejor de los casos, todos y todas vamos a llegar. Pero debemos crear las condiciones que sean favorables para que, pueda ser vivida esta etapa de la vida, bajo la campana de la dignidad y el respeto. Los adultos mayores son sujetos de derecho y como tales, deben ser tratados como tales.

También es hora de que repensemos, las actividades y oferta de recreación que la sociedad ofrece a los adultos mayores. ¿Son los adultos mayores un segmento poblacional que solamente requiere de la recreación y de actividades de ocio?

Creo que debemos abrir nuestra mente a nuevas opciones. No podemos imaginar que, la vejez es una mera etapa dónde se puede llevar adelante solamente actividades recreativas. No es que las mismas no sean útiles y que no presenten aspectos positivos en los adultos mayores, sino lo que decimos, es que debemos evitar caer en el reduccionismo de pensar que esas actividades recreativas es lo único que los adultos mayores pueden hacer.

Una persona que se jubila a los 65 años es una persona que tiene por delante una esperanza de vida de 20 o 25 años aproximadamente. Y esos años implican, que puede llevar adelante una gran cantidad de actividades productivas, que van más allá de la mera recreación.

Cuando hablamos de actividades productivas no hablamos de actividades que generen recursos económicos sino de actividades que producen en el adulto mayor un elevado nivel de satisfacción y mejora en su calidad de vida.

También hablamos de actividades dónde la formación, la experiencia, la capacitación que el adulto mayor ha consolidado a lo largo de su vida, pueda ponerse en juego, llevando adelante una multiplicidad de actividades a favor de la sociedad, pero también, a favor del desarrollo personal del anciano que sigue siendo necesario fomentar.

El reconocimiento a su experiencia, a ese capital acumulado, le permite al adulto mayor, seguir sabiéndose útil y necesario, mejorando su autoestima y su calidad de vida. Es así que el adulto mayor puede ejercer como formador, capacitador de las nuevas generaciones y que no se desperdicie ese capital logrado a través de la experiencia.

Nuevamente los proyectos intergeneracionales cobran relevancia, por ejemplo, en las empresas, desde dónde se podría articular proyectos que tengan en cuenta el expertise del anciano con los aportes tecnológicos que pueden aportar los jóvenes y, de esta forma amalgamar, nuevos estilos productivos y de desarrollo social y económico.

En todo caso, educar para el envejecimiento, escuchar a nuestros adultos mayores, entender la vejez como una nueva oportunidad, implica producir una respuesta revolucionaria a nivel social, que hoy nuestras sociedades están necesitando y las nuevas generaciones, agradecerán de manera inestimable.

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