Estamos ante un aumento exponencial de la longevidad sobre todo en los países desarrollados, se calcula que para el 2050 el 21% de la población mundial tendrá 65 años o más. Actualmente más de 1.500 millones de personas en todo el mundo presentan pérdida auditiva, de las cuales 430 millones tienen niveles moderados o altos de hipoacusia y con la estimación de crecimiento de la población esta situación se espera se duplique. La hipoacusia es la tercera enfermedad más frecuente en la llamada tercera edad.
La OMS enfatiza la necesidad de actuar con celeridad para prevenir y tratar las hipoacusias, invirtiendo y ampliando el acceso a los servicios de atención otológica y a la pérdida de audición.
El deterioro auditivo es uno de los factores que se encuentra directamente relacionado con la edad. El proceso de envejecimiento impacta sobre el sistema nervioso central en general y en el auditivo en particular y hoy ya está más que demostrada la relación existente entre la audición y los procesos cognitivos. Nuestro cerebro es una gran red neuronal dinámica que interactúa constantemente, la exposición al sonido estimula no sólo la corteza auditiva primaria, sino que reverbera y conecta con otras áreas cerebrales contribuyendo a una activación general del cerebro.
En el 2017 la OMS reconoce la pérdida auditiva como un problema de salud pública y que la prevención e intervención temprana son rentables tanto para los sistemas de salud como para la economía en general; pero a pesar de ser un problema de salud crónico, continúa sin ser reconocido ni tratado en nuestros adultos mayores.
Las hipoacusias no corregidas en la tercera edad producen a medio plazo cambios estructurales y funcionales en la corteza auditiva y en otras áreas participantes en funciones cognitivas. Las personas con pérdida auditiva sufren una disminución importante de sus habilidades cognitivas, aproximadamente un 40% más rápido que aquellas que oyen bien. Es sumamente importante que tanto las personas como los profesionales comprendamos que una buena audición que permite la comunicación social es parte integral del envejecimiento saludable. Porque no comunicarse produce frustración, irritabilidad, cansancio cognitivo y aislamiento social; el aislamiento nos lleva a la soledad, factor de riesgo conocido para el deterioro cognitivo.
Pero la falta de audición también afecta la memoria, influye en la atención, produce problemas en el procesamiento de la información como así también en el funcionamiento de muchos otros procesos cognitivos.
La intervención temprana sobre el déficit auditivo a través de ayudas auditivas adecuadas (audífonos, implantes auditivos, etc) no sólo mejora nuestra capacidad comunicativa sino que tiene como ‘efecto secundario’ una mejoría del rendimiento de nuestro cerebro y frenar así el deterioro cognitivo relacionado con la edad.
Está demostrado que ralentizar en 1 año la evolución de la hipoacusia conlleva a una reducción del 10% del índice de prevalencia de la demencia en la población en general con un ahorro notable en costes sociales y sanitarios. La audición cumple un rol fundamental en la adquisición, desarrollo y mantenimiento de las propiedades del habla y del lenguaje, uno de los atributos más importantes del ser humano; pero hoy además sabemos que la audición mantiene a nuestro cerebro sano. Todos los profesionales que de alguna manera tratamos al adulto mayor (médico de familia, otorrinolaringólogo, geriatra, enfermeras, audiólogos) debemos ayudar a que se comprendan los beneficios de oír bien para tener un envejecimiento saludable y agregar así «vida a los años».
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