Vivimos en una época que rinde culto a la juventud. Las publicidades nos bombardean con promesas de “eterna frescura”, se valora más el cutis lozano que la palabra experimentada, y se descarta con facilidad a quienes cargan arrugas, como si llevar huellas del tiempo fuese sinónimo de incapacidad. En este escenario se instala silencioso pero firme el edadismo, un prejuicio estructural que discrimina a las personas únicamente por su edad, casi siempre en detrimento de los adultos mayores.
El edadismo no siempre se expresa con insultos abiertos. A veces basta con un “eso ya no es para usted”, un “¿para qué quiere aprender eso a estas alturas?” o incluso un “pobrecito, ya no está para esos trotes”. Frases que parecen inofensivas, pero que encierran la idea de que después de cierta edad uno debe limitarse a existir con discreción, casi pidiendo permiso para ocupar espacio.
Esta discriminación va mucho más allá de lo individual. Tiene implicaciones sociales, culturales y económicas enormes. En el mundo laboral, las oportunidades se estrechan para quienes cruzan cierta frontera cronológica, sin importar su talento o su vigencia intelectual. En la salud, las dolencias se minimizan como “cosas de la edad”, retrasando diagnósticos que podrían salvar vidas. Y en lo psicológico, cala tan hondo que muchas personas terminan autocensurándose: dejan de soñar, de proyectarse, de aprender algo nuevo, porque internalizaron el mensaje de que ya no “les toca”.
🗣 “No es el cuerpo el que envejece primero, sino los prejuicios que dejamos entrar en la cabeza.”
Resulta paradójico que el edadismo nos afecte a todos, solo que en distintos momentos. El tiempo avanza para cada ser humano por igual, de manera que discriminar a quienes hoy son mayores es, en el fondo, sembrar un terreno hostil para nuestro propio futuro. Un presente que excluye es un mañana que nos dejará fuera.
Hay quien cree que combatir el edadismo es una batalla “romántica”, reservada para idealistas o gerontólogos. Se equivocan. Es un imperativo social y ético. Una sociedad justa reconoce el valor de cada etapa de la vida, comprende que la sabiduría adquirida en años no se mide en arrugas ni en vitalidad física, sino en la capacidad de aportar experiencias, de aconsejar, de abrir miradas.
✍ “Llegar a viejo no es una desgracia, es un privilegio que muchos no alcanzan.”
💬 “La vejez solo debería dar miedo si el mundo insiste en tratarla como un descarte.”
🕯 “Respetar la edad es honrar la memoria colectiva, es reconocer que cada cana tiene su historia.”
Necesitamos derribar los estereotipos que representan a la vejez solo como enfermedad, dependencia o torpeza. Necesitamos visibilizar adultos mayores activos, curiosos, que toman decisiones, que se enamoran, que inician proyectos. Y también reconocer su derecho a la vulnerabilidad sin por eso restarles dignidad.
El edadismo, en definitiva, no envejece a las personas, envejece a la sociedad, la vuelve corta de miras, incapaz de aprovechar el caudal de vivencias acumulado en quienes transitaron más camino. Una cultura que desprecia la edad se priva de la profundidad, de los matices que solo otorgan los años.
Así que la próxima vez que escuche a alguien bromear con la idea de que ser viejo es ser “carga”, “obsoleto” o “torpe”, oiga con atención: no solo está insultando a quienes tienen más años, también está burlándose del mañana que —si la vida se lo permite— él mismo alcanzará.
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