El final de la etapa adulta de la vida y el inicio de la etapa tradicionalmente llamada «tercera edad» se ha enmarcado tradicionalmente alrededor de los 65 años de edad, es decir, ha venido marcado durante mucho tiempo por la edad de jubilación o de finalización de la etapa productiva de la persona.
Esta etapa de la vida es la última de todas las etapas que vivirá la persona. Este hecho, ligado a una serie de cambios físicos y psicológicos que irá experimentando la propia persona, pueden hacer que esta etapa se viva como una etapa de deterioro cognitivo y social que precede a la muerte del individuo.
Teniendo en cuenta que la esperanza de vida actual ronda los 80 años en Europa, eso nos deja un margen de vida de 15 años o más en la etapa de la vejez, razón por la que será imprescindible aprender a vivir de una forma sana y psicológicamente adecuada en esta última etapa de la vida.
Esto no es sencillo. La situación familiar y económica de las personas de más de 65 años puede ser complicada en muchos casos. A ello debe sumarse el hecho de que la cultura y la sociedad occidental en general no está preparada para dar cabida a estas personas que ya no pueden aportar un valor económico mediante su trabajo al desarrollo de la sociedad.
Es por ello por lo que se hace imprescindible aprender a manejar los sentimientos y las emociones que surgen en estas edades y darle importancia a los problemas psicológicos que pueden presentar.
Depresión en la 3ª edad
Muy a menudo se suele decir que la depresión es una característica normal del proceso de envejecimiento. Aunque es cierto que muchos ancianos presentan depresión en mayor o menor grado, no debería ser considerado un hecho normal.
La depresión en las personas de más de 65 años es un problema al que hay que ponerle especial atención a partir de los 65 años de edad, puesto que en muchas ocasiones se presenta un elevado riesgo de suicidio debido en muchas ocasiones a la ausencia de apoyo familiar o los problemas de salud asociados.
Diagnosticar una depresión en la vejez no es una tarea sencilla, puesto que muchas veces la persona puede presentar otro tipo de enfermedades crónicas o degenerativas que estén enmascarando o que hayan sido la base de la depresión.
En el desarrollo de la depresión en la tercera edad juegan un papel importante los cambios psicofísicos a nivel cerebral propios de la edad, así como las enfermedades que pueden provocar, muchas veces, una limitación física con la consiguiente pérdida de autonomía para la persona que las sufre.
La situación social actual favorece también este tipo de patologías en las personas mayores, puesto que la jubilación implica normalmente una pérdida de poder adquisitivo y una disminución del estatus social. Si a eso le sumamos la inevitable pérdida de familiares o de amigos, podemos visualizar la base del problema de depresión.
El síntoma inicial de la depresión en las personas mayores suele ser la apatía. La persona empieza a sentir que no le apetece hacer nada o bien que ya no disfruta con las actividades con las que disfrutaba anteriormente. A menudo suelen decir que «la vida no les ilusiona».
A medida que la depresión va avanzando, las quejas suelen ser más bien somáticas, refiriendo síntomas físicos inespecíficos o somatizaciones de tipo: dolor de cabeza, problemas gastrointestinales o dolor en las extremidades.
Es importante tener en cuenta todos estos síntomas e intentar acudir a un profesional que pueda diagnosticarlos adecuadamente. A menudo, en los pacientes mayores, el diagnóstico debe hacerse conjuntamente entre un psicólogo y un neurólogo, que ayudará a descartar otros problemas fisiológicos asociados con la edad.
Pérdida de autoestima
Una de las necesidades principales del ser humano es sentirse aceptado. A todos nos gusta sentirnos útiles para la sociedad, aceptados y tenidos en cuenta. Estos aspectos son imprescindibles para contar con una buena autoestima que nos permita llevar el día a día con buen humor.
Muchas personas llegan a los 65 años y todavía se sienten activas y predispuestas a continuar con sus trabajos, pero lamentablemente son pocos los que, pasada la edad de jubilación, pueden continuar ejerciendo su trabajo. Demasiado a menudo estas personas son relevadas por personas más jóvenes que pasan a realizar su trabajo.
De esta manera nos encontramos con un gran número de personas mayores que a pesar de poder continuar con sus trabajos, no se les permite hacerlo y, por lo tanto, deben asumir su retiro.
Este hecho es uno de los más traumáticos que puede vivir una persona. De la noche al día pasas de ser una persona productiva a una persona sin trabajo y sin posibilidad de volver a tenerlo pese a sentirse plenamente en forma. Aunque ellos se ven bien, la sociedad les envía el mensaje que deben dejar su lugar a gente más joven, con energías renovadas.
Cuando la persona recibe estos mensajes de la sociedad, su autoestima sufre inevitablemente un fuerte revés.
La falta de autoestima puede ser el inicio, en muchas ocasiones, del proceso depresivo, es por ello por lo que se hace especialmente importante tener en cuenta el estado de ánimo de la persona e intentar, dentro de lo posible, que mantenga su autonomía personal para sentirse útil y capaz.
Trastornos del sueño
Los patrones del sueño cambian con la edad. Mientras los niños pequeños necesitan muchas horas de sueño para poder descansar y permitir que su cerebro y su cuerpo se desarrollen de una forma óptima, a medida que vamos envejeciendo, las horas de dormir que el cuerpo necesita son menos o, mejor dicho, necesitan ser menos seguidas.
Muchas personas mayores relatan que su sueño es mucho más ligero que cuando eran jóvenes, les cuesta más conciliar el sueño y se despiertan más a menudo por las noches.
Esto es, en parte, porque el sueño profundo, que es el que facilita el aprendizaje y el desarrollo cerebral, no es tan necesario en las personas mayores, por lo que es menos frecuente. A esto hay que sumarle el hecho de que los dolores articulares asociados con enfermedades crónicas, la mayor necesidad de orinar u otras problemáticas psicológicas asociadas a la edad, hacen que la persona se despierte más por la noche y sea más consciente de estar despierto.
Esta situación puede producir una enorme preocupación en la persona que lo sufre, ya que siente que no puede descansar igual de bien que hacía antes. Debemos tener en cuenta que es un proceso normal que sufren las personas mayores y que, por lo tanto, lo que se debe trabajar es en el establecimiento de una nueva rutina de sueño: probablemente durante la noche no dormirá demasiado, pero es recomendable que, durante el día, haga pequeñas siestas reparadoras que le ayuden a descansar el cuerpo y la mente.
Estrés y ansiedad
En las personas mayores, la capacidad de sobreponerse al estrés del día a día es menor que la que tenían cuando eran jóvenes. El cuerpo de una persona anciana funciona bien siempre y cuando no se vea sometido a un gran esfuerzo, y el estrés lo es, tanto físico como mental.
Es muy posible que ante la misma situación de estrés, una persona mayor se desmorone antes que una persona joven, dado que el organismo está afectado por la propia edad y la percepción del estrés suele ser mayor en las personas mayores.
Cuando se produce una situación de estrés, el cuerpo se pone en alerta para superarla, pero en condiciones normales, el cuerpo vuelve a su estado inicial de forma más o menos rápida cuando la situación de estrés ha pasado de largo. En las personas mayores parece ser que este mecanismo se activa con más facilidad y es mucho más lento en su desactivación, por lo que están sometidas a más estrés en general.
Si a esta característica normal del proceso de envejecimiento le sumamos la situación social que tienen que vivir muy a menudo estas personas (soledad, problemas económicos, preocupaciones familiares, etc.), vemos que la vulnerabilidad de las personas mayores al estrés es muy importante.
Demencia
La demencia en las personas mayores es uno de los trastornos más comunes, la probabilidad de padecerla empieza a aumentar de forma progresiva a partir de los 60 años.
La demencia, también llamada demencia senil, aunque debemos tener en cuenta que envejecimiento y demencia no son sinónimos, es un síndrome mental orgánico que tiene por característica principal la pérdida de memoria a corto y largo plazo.
Además de los problemas de memoria, que suelen ser el síntoma inicial que pone en alerta tanto a la persona que lo sufre como a sus familiares y allegados, la demencia suele cursar con trastornos del pensamiento y modificaciones de la personalidad, entre otros síntomas.
Las demencias más comunes son las provocadas por la Enfermedad de Alzheimer, la Enfermedad de Pick, la Enfermedad de Parkinson, la Corea de Huntington o las enfermedades vasculares.
La evaluación y el diagnóstico de las demencias debe ser llevado a cabo por un equipo de profesionales de la evaluación neuropsicológica compuesto por médicos, psiquiatras, neurólogos y psicólogos, eminentemente.
Cómo ayuda un psicólogo
Más que nunca en la edad adulta avanzada, será importante que las personas cuenten con un apoyo social y familiar que las ayude a superar o llevar mejor estos problemas asociados a la edad.
Aun así, nunca está de más, acudir a un profesional de la psicología que pueda orientar tanto al paciente como a los familiares para mejorar la calidad de vida de ambas partes.
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