Una de las características más evidentes de la decadencia cultural prevaleciente en nuestro país se refiere al desprecio por las personas adultas, llamadas de la tercera edad, por parte de los inconscientes que hoy disfrutan de algo que nosotros disfrutamos en nuestro momento: la juventud. Pero con una diferencia, respetábamos y hasta admirábamos a los mayores, sobre todo a los ancianos, por su sabiduría y experiencia.

Hoy en día, cuando los tentáculos del consumismo más aberrante ha puesto en el altar de la idolatría la juventud y la belleza, que es lo primero que pasa en la vida, al parecer todos los demás valores, aquellos que permanecen, como son la experiencia y el conocimiento, han sido dejado de lado. Es decir, la superficialidad, convertida a veces en mediocridad rampante, se ha apoderado de la sociedad y afecta su comportamiento.

Desde los tiempos de Cristo el tema del respeto al adulto mayor era percibido como algo de suma importancia para la sociedad. En las tablas de Moisés estaba escrito en el IV Mandamiento de la Ley de Dios “Honrarás a tu padre y a tu madre” como un deber posteriormente adquirido de todos los cristianos. En sociedades milenarias del Asia y África el anciano es históricamente sinónimo de sabiduría, por lo que es apreciado y respetado por ley natural. En las sociedades modernas destacan países como Japón, China, India, Suecia, Noruega, Suiza por el respeto que profesan a sus adultos mayores. En el mundo, se celebra el 1 de octubre como el Día Internacional de las personas de la tercera edad.

Los derechos de la tercera edad en nuestro País se ha materializado en algunas instituciones, por ejemplo, los ancianos de más de cierta edad no pueden purgar cárcel corporal; en algunos bancos y algunas clínicas privadas hay taquillas de atención preferencial para los adultos mayores. En fin, en muchas instituciones y servicios se observa deferencia y trato preferencial para estos compatriotas.

En donde no se observa, por ningún lado, un ápice de consideración a la tercera edad es en los supermercados, allí no hay taquilla preferencial. Los adultos mayores son sometidos a largas colas para comprar sus alimentos, no hay trato cortés, preferencial, ni amabilidad, los atropellan y no hay un abastecimiento preferencial para ellos. Tampoco se ve buen trato en el transporte público y son frecuentes las denuncias en contra de conductores de buses que maltratan a las personas de la tercera edad.

El estado ha promulgado Leyes que en muchos casos no se cumplen y por otra parte existen personas de la tercera edad que carecen de protección y apoyo, razón por la cual, necesitamos defender sus derechos

La gente mayor requiere un trato especial en todas las áreas, necesitan una independencia económica, y que sean ayudados a que se mantengan capacitados y actualizados en un mundo que evoluciona con las innovaciones y el Internet, ya que sus experiencias y trayectorias en sus vidas representan un valor incalculable para todos.

Por ello necesitamos sembrar conciencia en nuestra sociedad y especialmente en la juventud nuestra, para dar el respeto y el cariño que merecen las personas mayores, ya que tarde o temprano todos llegaremos a la tercera edad.

Un ejercicio reflexivo de los llamados derechos de la Tercera Edad nos revela de inmediato cuán superficial y tangencial ha sido su abordaje en la perspectiva del derecho público internacional y nacional. En el caso de la región de América Latina las prerrogativas que debieran gozar los adultos mayores hasta el momento no han sido consagradas en un instrumento general de carácter vinculante ni se cuenta con algún mecanismo que vigile y haga valer la obligatoriedad de su aplicación en el conjunto de principios de Naciones Unidas.

En contraste, en otros grupos considerados vulnerables, como sería el caso de las mujeres y los niños, se han generado diversos instrumentos de claro carácter vinculante. Existen dos fuentes en las que se establecen derechos de las personas mayores, a saber, en primer lugar se encuentran los instrumentos internacionales de derechos humanos de las Naciones Unidas (ONU) y sus organismos especializados y, seguidamente aquellas que provienen de los instrumentos de derechos humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA) y sus organismos especializados.

En el caso de la primera, en 1982 la Asamblea Mundial sobre envejecimiento adoptó el Plan de Acción Internacional de Viena sobre Envejecimiento. Este documento, aprobado por la Asamblea General, ofrece a los Estados parte una orientación esencial en cuanto a las medidas que deben tomar para garantizar los derechos de las personas de edad avanzada, dentro del cuadro de derechos proclamados por el Pacto Internacional relativo a los Derechos Humanos.

Más adelante, como resultado de la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento realizada en España en el 2002 y que, a diferencia del Plan de Viena se propuso el denominado Plan de Acción Internacional de Madrid sobre Envejecimiento, en el cual se prestó especial atención a la situación de los países en desarrollo (Naciones Unidas, 2002). Como temas centrales, el llamado Plan de Madrid, señala la realización de todos los derechos humanos y libertades fundamentales de todas las personas de edad y la garantía de los derechos económicos, sociales y culturales de las personas mayores, así como de su Informe de la Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, Viena, 26 de julio al 6 de agosto de 1982.

Estamos muy lejos no solamente de los instrumentos legales e institucionales que nos permitieran implementar las resoluciones arriba enunciadas y otras muchas más que se acordaron en los años siguientes, sino que a nivel del comportamiento social hemos ido hacia atrás.

Los avances de la ciencia, y los progresos de la medicina, han contribuido notablemente a prolongar en los últimos años la duración media de la vida humana. La “tercera edad” abarca una parte considerable de la población mundial. Y es vista como aquellas personas que con un límite determinado de edad salen de los circuitos productivos, aun disponiendo muchas veces de muchos recursos y sobre todo de la capacidad de participar en el bien común. A este grupo abundante de ancianos jóvenes, como definen los demógrafos, según la nuevas categorías de la vejez, a las personas de los 65 a los 75 años de edad, se agrega el de los ancianos más ancianos, que superan los 75 años, la cuarta edad, cuyas filas están destinadas a aumentar siempre más.

Esta llamada “revolución silenciosa” que supera los datos demográficos, plantea problemas de orden social, económico, cultural, psicológico y espiritual cuyo alcance debe ser objeto de una mayor atención. Por ejemplo, las naciones Unidas establecieron dieciocho Principios sobre los ancianos, distribuidos en cinco grupos: independencia, participación, atención, realización personal y dignidad, así como la decisión de dedicar a los ancianos una Jornada mundial.

Es fundamental tener en cuenta la calidad de vida de las personas ancianas, el respeto de sus derechos, particularmente a permanecer miembros activos de una sociedad que ellos mismos han contribuido a edificar, la voluntad de promover acciones sociales en favor de la tercera y cuarta edad, la necesidad de continuar reflexionando y mejorando sobre esta etapa de la vida. No se trata de verlos solo técnicamente o abstractamente, sino en relación con la vida de muchos ancianos.

Algo debemos hacer como ciudadanos conscientes de los derechos humanos de las personas. No debemos permitir que los principios de la mercantilización de todos los aspectos de la vida, proclamados por el neoliberalismo que corrompe la cultura nacional, nos haga olvidar nuestras obligaciones sociales hacia aquellas personas que aportaron al desarrollo del país, poco o mucho, según sus posibilidades y capacidades.

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