“Yo a tu edad era muy alto” o “los jóvenes van para arriba, los abuelos vamos hacia abajo”, son expresiones que a menudo escuchamos de personas que se encuentran en la tercera edad. Desde el punto de vista filogenético, se sabe que a lo largo de la historia del ser humano se han producido fases de un aumento considerable de la altura media por razones ambientales y socioeconómicas.

¿Pero es cierto que se pierde altura con la edad? ¿Existe base científica para esta variación en el plano ontogenético? La respuesta es afirmativa. La disminución de la altura con la edad, junto con la variación de otros parámetros antropométricos, fisiológicos y neuromusculares, es una realidad en el ser humano sea cual sea la raza y el sexo. A partir de los 40 años se produce una pérdida media de casi un centímetro cada diez años. Esta variación puede ser mayor a partir de los 70. Así, una persona adulta de 180 centímetros de altura podría ver reducida su altura hasta los 173 centímetros al final de su vida.

Existen tres factores básicos implicados en esta disminución. El primero es la degeneración y deshidratación de los discos intervertebrales. Una pequeña reducción en cada uno, multiplicada por los 23 discos de la columna, se traduce en una pérdida de altura significativa.

En segundo lugar, la osteoporosis, que puede ser idiopática, postmenopáusica o senil. También puede producirse por enfermedades hematológicas, endocrinológicas, gastrointestinales, etcétera. Por último, la pérdida de tono muscular (que en los músculos, con una acción eminentemente postural, reduce su capacidad sujetadora y erectora).

A pesar de los avances de la ciencia y de las ingentes cantidades de dinero invertidas en aumentar la esperanza de vida, el envejecimiento del cuerpo es algo inevitable. Para el mito quedarán aquellas aspiraciones a la inmortalidad, aunque algunos la pretendan a golpe de talonario. Los músculos, huesos y articulaciones alcanzan su mayor rendimiento en la edad adulta, prácticamente a la mitad de la vida de una persona.

Pero de antemano quedan varias décadas en las que se va produciendo un deterioro gradual en el aparato locomotor, entre otros, mediante la disminución de la densidad ósea, la sarcopenia (o pérdida de masa muscular) o el deterioro articular. Recordemos que la pérdida de densidad ósea es aún más pronunciada en mujeres con menopausia. Ellas pueden ver reducida su masa ósea hasta en un 17,6% en la región lumbar.

Aunque un artículo reciente calcula entre 120 y 150 años el máximo esperanza de vida que podría alcanzar el ser humano, lo cierto es que en las sociedades occidentales del siglo XXI el reto ya no se encuentra en aumentar los años de vida sino la calidad de estos años, sean quienes sean.

En dicho artículo se expresa con claridad la existencia de un límite biológico inaplazable e inamovible, independientemente de los factores exógenos. Por tanto, parece sabio reflexionar sobre las acciones que sí se pueden llevar a cabo para ralentizar el deterioro producido por la edad y poder disfrutar así de un mayor bienestar vital.

En una sociedad como la actual, con una actividad laboral poco demandante energéticamente y un tiempo de ocio aún más estático, el peligro de la inactividad física se ha dejado de ver sólo en el horizonte. Ya llena a rebosar los hospitales y las farmacias de personas con enfermedades asociadas al sedentarismo.

Esta disfunción aparece en todos los niveles poblacionales de edad: desde la infancia, que desemboca en una verdadera pandemia de obesidad infantil en los países más desarrollados, hasta la tercera edad.

La Organización Mundial de la Salud realiza una serie de recomendaciones de actividad física semanal para cada sustrato de edad. Por ejemplo, para adultos aconseja entre 150 y 300 minutos de actividad física aeróbica moderada y entre 75 y 150 minutos de actividad física aeróbica vigorosa.

En una sociedad como la actual, con una actividad laboral poco demandante energéticamente y un tiempo de ocio aún más estático, el peligro de la inactividad física se ha dejado de ver sólo en el horizonte. Ya llena a rebosar los hospitales y las farmacias de personas con enfermedades asociadas al sedentarismo.

Esta disfunción aparece en todos los niveles poblacionales de edad: desde la infancia, que desemboca en una verdadera pandemia de obesidad infantil en los países más desarrollados, hasta la tercera edad.

La Organización Mundial de la Salud realiza una serie de recomendaciones de actividad física semanal para cada sustrato de edad. Por ejemplo, para adultos aconseja entre 150 y 300 minutos de actividad física aeróbica moderada y entre 75 y 150 minutos de actividad física aeróbica vigorosa.

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