“Cálmese, viejo” fue la frase espetada por un muchacho a un adulto mayor hace pocos días, porque el joven no estaba de acuerdo con lo que expresaba el mayor.

He leído en las redes sociales otras frases escritas por gente de hasta 30 años, tales como “vieja conservadora”, “vieja acabada”, “dinosaurio” y otras soeces.

Es curioso, muchas de estas manifestaciones salen de los mismos dedos que escriben en contra de alguna forma de discriminación, sin que parezca preocuparles la contradicción o su doble discurso.

Pueden pedir derechos para los animales y a reglón seguido burlarse de la anciana que los contradice.

Es interesante que tal desprecio por las personas de mayor edad sea cada vez más evidente y casi normalizado.

Quienes así actúan no son ya conscientes de que padecen gerontofobia u odio a los viejos, y tienen como espejo el culto a la juventud, como lo dejó claro la filósofa francesa Simone de Beauvoir en su desgarrador libro La vejez, donde afirmó que vivimos bajo el régimen del músculo y la velocidad.

En su lugar, se utiliza, como si fuera un argumento en sí mismo, decirle “viejo” a alguien, lo que supondría una razón válida para acallarlo. Así, políticamente hablando, se traduce en una idea de que la edad sería lo determinante para tener derecho a dar la opinión y contar en el mundo.

En este punto, las universidades públicas han desempeñado un papel determinante con su insistencia en el “recambio generacional”, sin tomar en cuenta que esos viejos que quieren cambiar son, en muchos casos, trabajadores de toda una vida laboral precaria como interinos y que poseen un conocimiento fundamental, y que ser joven no es garantía de nada.

Infiero que el silencio que se quiere imponer a las personas mayores es también resultado del desprecio por el conocimiento, al que no en pocas ocasiones se le asocia con una academia conservadora, reaccionaria, burguesa y colonial.

Al conocimiento, le oponen una supuesta acción que estaría, según esa opinión, en el peldaño moral más alto, que asimismo está asociado con la certeza de que lo que están haciendo ellos —los que desprecian a los viejos— es original, revolucionario y culminará con la salvación del planeta.

¡Craso error! Mucho de lo que hacen ya fue inventado, varias veces, y el ejemplo palmario es el movimiento hippie.

Está relacionado, además, con cierta arrogancia que deteriora la capacidad de situarse en el mundo de manera científica: piensan que la historia empieza con ellos y que el pasado es un lastre sin valor.

Por eso, no suelen conocer los planteamientos de las primeras teorías ni los alcances de las protestas de otros siglos, ni les atribuyen ninguna influencia más que a sus pares contemporáneos.

El pintor y grabador neerlandés Rembrandt Harmenszoon pintó, en el año 1647, Anciana con libro y gafas, obra que ilustra el lugar que se daba a los viejos en dicha época: el retiro digno para cultivar y preparar el alma para la muerte.

Parece que hoy somos una sociedad que desechó la dignidad y el cultivo de las personas mayores, y se quedó con el deseo de su muerte.

isabelgamboabarboza@gmail.com

 

Fuente: nacion.com

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