El pasado 3 de diciembre se conmemoró el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, fecha propicia para crear conciencia sobre los desafíos y obstáculos que enfrentan diariamente millones de personas en el mundo debido a diversas limitaciones físicas o cognitivas.

Y dentro de este grupo, queremos dedicar este artículo especialmente a todos los adultos mayores que conviven con algún tipo de discapacidad. Ellos necesitan aún mayor atención y cuidados, pues a las dificultades propias de la vejez muchas veces se suma la presencia de enfermedades crónicas, problemas de movilidad u otros padecimientos discapacitantes.

Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor del 46% de las personas de 60 años o más sufre alguna discapacidad, ya sea para ver, oír, caminar, recordar o comunicarse. Esto, desde luego, disminuye su calidad de vida e independencia.

Es ahí donde entra el compromiso de la sociedad. Los adultos mayores con discapacidad no deben ser vistos con lástima ni tratados de menos por sus limitaciones. Muy por el contrario, estos años dorados de la existencia pueden y deben ser vividos con plena dignidad, con todos los apoyos necesarios para que estas personas mantengan su autonomía el mayor tiempo posible.

Y es que la vejez, incluso con ciertas discapacidades, no tiene por qué ser un obstáculo para llevar una vida activa, creativa y feliz. Como bien dijo Stephen Hawking, brillante físico que sufría una severa parálisis: “Por difícil que sea la vida, siempre hay algo que uno puede hacer y tener éxito. Uno debe concentrarse en lo que aún se puede hacer”.

Es clave derribar prejuicios y comprender que la discapacidad no define ni limita por completo a una persona. Con motivación personal y los cuidados adecuados desde la familia, el Estado y la comunidad, los adultos mayores con capacidades especiales pueden seguir desarrollando sus talentos, socializando activamente e incluso trabajando en algunos casos.

Entornos 100% accesibles

Tan importante como la actitud es también garantizar entornos plenamente accesibles para esta población: aceras con rampas, transportes adaptados, edificios con ascensores amplios, cajeros automáticos con opciones para no videntes, etc. Todavía queda mucho por avanzar para que nuestras ciudades estén preparadas para personas con movilidad limitada.

Y ni hablar de tantos trámites burocráticos que siguen sin contemplar ventanillas preferenciales, personal capacitado y mecanismos expeditos. El camino es largo, pero se pueden lograr cambios significativos si hay voluntad política y recursos bien enfocados.

Al fin y al cabo, una sociedad que cuida y empodera a sus adultos mayores más vulnerables es una sociedad más humana y justa para todos. No permitamos que ningún tipo de discapacidad sea un impedimento para que cada persona despliegue su máximo potencial y disfrute una vejez plena. Clavemos la mirada en todo lo que aún se puede hacer cuando hay motivación y apoyos. Ese es el desafío que tenemos como país para estar a la altura de lo que nuestros adultos mayores merecen.

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